Paradójicamente, el empresario no tiene un espacio propio, un medio, una casa. En España, sigue siendo rechazado. Precisamente por no disponer un hueco preparado para él, como lo tiene un funcionario o un trabajador indefinido, tiene que proyectarse en su alrededor como único modo de encajar su vida en su entorno. Justamente esa persecución y no conseguir que la sociedad lo acepte hace que su pretensión empresarial sea algo positivo para él, para la sociedad que lo rechaza.
El empresario en España se siente rechazado porque no es querido; está perseguido por la cultura sindical y funcionarial y no encuentra un medio adecuado para desarrollarse. Está capacitado para aceptar el vacío que nace de esta crisis y no solo el silencio en torno suyo sino el vociferío agresor.
A veces entra en un delirio persecutorio. Se siente mirado por miles de miradas que no puede llegar a identificar. En esta crisis, allá a donde mira, solo hay sombras. Sin embargo, no pierde la esperanza. Es un Job ante una sociedad que lo desestima. Avanza padeciendo. Curiosamente el empresario entra en contienda con la sociedad a la que está queriendo servir y hacerla avanzar. Tiene quejas razonadas pero no sabe a quién se las debe plantear. ¿Cómo atrae tanta animadversión hacia él, si arriesga su tiempo y dinero para servir y, acaso, recibir una borrosa compensación?.
Desde mi punto de vista, la sociedad debiera entender al empresario como a un gigante que defiende el progreso de su prójimo prestándole un servicio, hasta ese momento, desconocido. Su acción genera empleo, servicio, y busca llenar carencias. Sin embargo, el empresario en esta sociedad española, paradójicamente, es un desposeído; desposesión que se hace presente en estos momentos de crisis. Ahora el empresario se duele de serlo y de haberlo sido.
El empresario se reconcilia consigo mismo mediante su propio sacrificio; eso no lo hace un funcionario ni un trabajador indefinidamente empleado. Solo el empresario, a través del sacrificio, entra en el orden de la realidad de vender, cobrar, pagar tras dar un buen servicio. Necesita libertad para emprender y la realidad no se la otorga; no le importa el sacrificio pues cree que por el sacrificio conseguirá no seguir encadenado. No se sacrifica de palabra sino que su sacrificio es activo; es una actuación. Tiene que sacrificarse ante muchos dioses; al dios del sindicato y al dios burocrático, si quiere ganarse su libertad, ante aquellos en acecho de revancha y de intervención e inspección. Logra su libertad de emprender firmando un humillante pacto con aquellas tinieblas. El empresario que no sufre es aquel que es metamorfosis ante Sindicatos y Burocracia. La metamorfosis es el modo que el empresario tiene que alejarse del padecer. Si un empresario no se metamorfosea ante Burocracia y Sindicatos, no podrá eludir el sufrimiento y su futura vida enigmática. Debemos reconocer que Intervención y Burocracia son los nuevos dioses contra los que el empresario tiene que luchar para ganar su identidad. Intervención y Burocracia son lo sagrado en su entorno a los que tiene que rendir sacrificios y de los que debe escapar. Su lucha es la lucha contra el Tiempo, ese dios que amamantan Burocracia e Intervención.
El empresario, si quiere serlo, tiene que destruir incesantemente el Tiempo de la Burocracia y de la Intervención para salir de su encarcelamiento, y poner en marcha su inteligencia en libertad. Y, desde luego, esa lucha es imprescindible en estos momentos de crisis. Depende de ellos el que se generen nuevos servicios en el exterior y nuevos empleos aquí en nuestro solar. Pero no podrán actuar si no acaban con Intervención e Inspección y deja de mendigar su ser y su identidad a lo largo de la historia desde la Edad Media.